domingo, 16 de noviembre de 2008

Tiene playas sucias Bahía de Banderas

Sin contenedores suficientes, sin señalización ni vigilancia, los esfuerzos por mantener las playas del municipio limpias vienen frecuentemente de particulares

24 de agosto de 2008

Para mantener limpio la mejor estrategia es no ensuciar. En las playas del municipio de Bahía de Banderas no hay siquiera la infraestructura para mantener aseada la zona costera, faltan también señalización y vigilancia. Así, la certificación de playas limpias que tanto anhelan obtener las autoridades de un lado y otro del río Ameca parece muy lejos.
El alcalde Jaime Alonso Cuevas Tello recién entregó, el pasado 15 de agosto, la estafeta del Comité Interestatal de Playas Limpias. Sí, es cierto, la principal fuente de contaminación en las aguas de la bahía no es la basura que dejan los paseantes en las playas. También es cierto que los despojos que dejan los visitantes las pueblan, a lo largo y ancho del municipio.
Las campañas son mediáticas: se inauguran plantas de tratamiento, se hacen exhortos públicos, se imprimen desplegados en los diarios, se difunden monitoreos de la calidad del agua y se lleva alumnos de escuelas esporádicamente para hacer limpiezas superficiales. El resto es política pura.
Son las diez de la mañana de domingo. Los paseantes comienzan a arribar a la playa de La Manzanilla. La zona que ocupan los restauranteros está perfectamente limpia, la arena está aún húmeda y las marcas del rastrillo intactas; pero justo en el límite entre el último comercio y la playa frente a terrenos desocupados, los desechos se acumulan y, por su aspecto, llevan ahí varios días.
Bolsas, papel higiénico, latas de atún, latas de cerveza, por lo menos medio centenar de contenedores plásticos para refresco y hasta los restos de un lienzo de fieltro se dispersan en un radio de 3 metros sobre esa playa. El colmo, justo en medio de la zona, una bolsa de supermercado repleta de desechos y perfectamente anudada ha sido abandonada a su suerte.
La familia Joya deja sus camisetas y sandalias sobre una roca, entonces todos sus integrantes se dirigen hacia el mar. En el perímetro de medio metro alrededor de sus pertenencias se pueden contar dos latas de atún oxidadas y siete envases plásticos de refresco. No es importante recogerlos; al final, no los tiraron ellos.
Dos metros más adelante, la estructura de que debería ser ocupada por un Guardavidas está en su lugar ocupada por las viandas de otra familia: ceviche, pepinos, infinidad de salsas y frituras están incluidos en el menú; sus empaques yacen ya en la arena, junto con media docena de latas de cerveza.
Una persona resguarda el banquete, pero el alcohol ha disminuido ya su capacidad para ver o entender, si se le pregunta qué harán después con su basura apenas atina a mover la cabeza mientras babea. ¿Y el guardián de la playa? Ése tiene mucho que no aparece cuentan algunos meseros.
En la playa de La Manzanilla no hay un solo bote para la basura, ni siquiera en la calle antes de ingresar al área recreativa. Tampoco hay un solo letrero que indique cómo y dónde depositar desehechos.
Clarita Uriel tiene una tienda de abarrotes ubicada a unos veinte metros del acceso a la playa. Ahí, afuera de su negocio hay tres tambos de tamaño medio. “Batallo mucho con la gente, porque luego tengo aquí en la calle todo apestoso, pero es que son los depósitos más cercanos. Acaban de poner un contenedor los de la empresa esa privada, porque les llamamos la semana pasada”, cuenta.
Veinticinco metros más adelante, ya casi a pie de la carretera, está un contenedor de la empresa concesionaria de la recolección de basura en el municipio. Hay más desechos afuera que adentro del contenedor. No es raro, para cuando la gente abandona la playa ahí ya va a bordo de un camión o de su carro, que son estacionados mucho más cerca del poblado.
En Destiladeras la situación es muy similar. Ahí se paga por estacionamiento y el contendor de basura es mucho más visible, pero la vigilancia y la señalización está ausente. En esa playa es común ver a grupos de niños usando botellas de plástico para jugar futbol. Si el “balón” sale del área, lo más sencillo es tomar uno más cercano, al fin y al cabo sobran de esas “pelotas”.
Ya son las 12:30 del día. En algunos de los accesos públicos de Bucerías sí hay tambos de basura, pero son particulares: “Propiedad de Mezzomare. Comité Amigos de Bucerías”, se puede leer en uno de los rótulos. El esfuerzo es digno, pero apenas rebasado el mediodía esos botes ya están repletos.
En la arena cercana a esas entradas se acumula la basura, no es la de quienes se asolean, sino la de quienes la botan caminando por las calles y que ha sido arrastrada por las lluvias. Aquí la basura sí parece del día, o al menos reciente. Son los hospedajes y restauranteros los que por iniciativa propia hacen la limpieza cada día, pero sus esfuerzos no bastan: a simple vista Bucerías luce limpio, pero si se pone atención no hay un metro de playa en el que no se encuentre basura.
Son las cinco de la tarde. Un grupo de practicantes de surf en la zona de Los Veneros toma tres bolsas y comienza a recoger lo que está a su alrededor. Pueden llenarlas de basura en apenas minutos. Luego toman sus tablas y caminan los doscientos metros que los separan de la entrada del fraccionamiento y del primer bote de basura.
“Nosotros nos llevamos lo que podemos, pero al día siguiente está bien puerco de nuevo”, dicen mientras se alejan. De nuevo, no se ve cómo estén ahí ayudando las autoridades para mantener la playa limpia.

Sin respuesta

Cáscaras de piña o de papaya, bagazo de limón, restos de camarón, ceviche descompuesto y gusanos reciben a los paseantes en La Manzanilla. “¿Usted cree? ¿Cómo permitimos que los turistas lleguen a la playa caminando entre basura? Pero así es. Los únicos que vienen a veces a limpiar son los Marinos”, dice indignada Olivia Segura, una de las pobladoras de la zona.
Olivia asegura que justo en el acceso a la playa, los vendedores ambulantes dejan sus despojos. Eso la afecta directamente, porque lo hacen justo frente a su negocio de pollos asados. Pero también está consciente de la contaminación y el mal aspecto. Por eso fue a buscar al alcalde Jaime Cuevas Tello, que la recibió pero no le hizo mucho caso.
“Le llevé fotos de la basura enguasanada, porque así estuvimos todas las vacaciones. Sí me escuchó pero luego no pasó nada. Después algunos llamamos a la empresa que recoge la basura y sí vinieron, pusieron el contenedor allá lejos, que está bien porque si no aquí se apesta. De todos modos no pasa nada, siguen dejando la basura aquí, lo bueno es que desde que llamamos la basura pasa a diario”, relata.

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